La rebelión popular en Andalgalá, provincia de Catamarca, es un relato condensado de toda la situación nacional. Describe también la perspectiva del país. El pueblo de Andalgalá ha salido la calle para evitar el destino de los pueblos destruidos por la minería a cielo abierto, que contamina el aire, el agua y el suelo –o sea al ser humano.
O el destino de la cuenca del Riachuelo, o el desastre ambiental de la explotación petrolera en la Patagonia, o el envenenamiento que produce la explotación capitalista de la soja, o las consecuencias letales de la deforestación, o la contaminación de las papeleras.
Estos pulpos mineros de la muerte operan con ventajas especiales, que arrancaron con Menem y siguen con los K; forman parte de convenios firmados con los gobiernos “socialistas” de Chile y, en varias provincias, como Catamarca, precisamente, cuentan con la protección de los gobiernos del Acuerdo Cívico, la UCR y Cobos.
¡Es el ejemplo perfecto de “las políticas de Estado” que reclaman los charlatanes de radio y televisión todos los santísimos días!
Por si fuera poco, pone de manifiesto los lazos íntimos e inquebrantables de los gobiernos sucesivos, pero en especial de los K, con los usurpadores de Malvinas, porque todos los pulpos mineros, al igual que los bancos que los financian, son accionistas de las petroleras convocadas por Gran Bretaña para las tareas de exploración y explotación en las aguas de soberanía nacional argentina.
Si la Presidenta de la Nación y el provocador que le oficia de jefe de Gabinete quisieran realmente luchar contra el imperialismo inglés, empezarían, no cabe duda, por la expropiación de los pulpos mineros.
Lo dijimos durante la guerra de Malvinas: no hay lucha por la integridad nacional sin la nacionalización de los grandes capitales imperialistas que explotan a los trabajadores argentinos.
¿Pero cómo lo van a hacer los Kirchner si son socios de pulpos como la Anglogold, por ejemplo en Fomicruz, la minera santacruceña donde el Estado participa con el 7% de las acciones? O el caso del gobernador Gioja, que está prendido a la minería ‘binacional’ en San Juan. O el de la camarilla radical de Catamarca y la justicialista de Tucumán, que operan con Aguas del Dionisio y la mina La Alumbrera. O el de los cómplices en el poder con las papeleras en el río Paraná y en el río Uruguay. O los rectores y decanos de las universidades que votaron hace poco la aceptación de 'contribuciones' (más bien sobornos) de los pulpos mineros.
En este gigantesco negocio de la contaminación y de la extracción de ganancias sencillamente fabulosas están entreverados todos: los pejotistas K y los no K, los radicales plurales y los radicales uniformes, la derecha macrista y el ‘progresismo’ binnerista.
Naturalmente que debiéramos rescatar la labor de denuncia de la minería a cielo abierto de Pino Solanas si no fuera porque propugna un frente con los Binner, los Juez y otros que defienden a los pulpos mineros, y porque tiene una alianza con la Federación Agraria Argentina que integra el frente contaminador de la soja en la Mesa de Enlace.
Margarita Stolbizer, ahora convertida en GEN, fue muy expresiva por estos días: “A los K no los levantan políticamente ni con una grúa”; el 75% del país piensa lo mismo.
Pero Andalgalá nos indica que debemos ser los trabajadores lo que desarrollemos la tarea de deshacernos de este gobierno, no sus socios de la contaminación ambiental, los predicadores del ajuste o los que ya gobernaron en el pasado con resultados conocidos.
La pueblada de los catamarqueños es la primera rebelión popular que les toca a los K.
Nos marca una perspectiva que habrá que desarrollar, con un trabajo metódico de clarificación, organización y lucha.
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